El Acoso a la Presidenta Sheinbaum y la Protección de las Altas Autoridades en México
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Por. César Adrián Castro Aguilar
En las últimas semanas, el acoso al que ha sido sometida la
presidenta Claudia Sheinbaum ha puesto sobre la mesa una discusión crucial
sobre la seguridad y el respeto a las figuras de la más alta autoridad en
México. Esta situación no solo refleja un atentado contra la integridad de la
presidenta, sino que también pone de manifiesto la necesidad de revisar y
fortalecer las medidas de protección que el Estado debe garantizar a quienes
ocupan los cargos más relevantes dentro de la estructura gubernamental.
El acoso que ha sufrido la presidenta Sheinbaum, tanto en el
ámbito público como en el digital, expone una crisis que va más allá de la
simple polarización política. En un sistema democrático, el ejercicio del poder
debe estar sujeto a la crítica, pero esa crítica debe ser respetuosa y
constructiva. Sin embargo, en el caso de la presidenta, hemos sido testigos de
ataques verbales y manifestaciones que sobrepasan los límites del debate
legítimo, lo que representa un grave deterioro de la civilidad y el respeto por
las instituciones.
Cabe señalar que el acoso no solo tiene efectos sobre la
persona afectada, sino que también pone en riesgo la estabilidad de las propias
instituciones del Estado. La figura presidencial, al igual que otros cargos de
alta responsabilidad política, debe gozar de una protección no solo física,
sino también moral, frente a los ataques que puedan atentar contra su capacidad
para ejercer sus funciones con plena libertad y eficacia.
La seguridad de los funcionarios de alto nivel no debe ser
entendida únicamente en términos de su protección física, sino como una
cuestión integral que involucra el resguardo de la estabilidad política y el
bienestar de las instituciones democráticas. El respeto y la confianza hacia
las autoridades son fundamentales para la gobernanza de un país, y la
percepción pública de que la figura presidencial está siendo constantemente
atacada socava la legitimidad de la propia autoridad.
La seguridad de los presidentes y altos funcionarios no es
una cuestión marginal, sino un aspecto fundamental de la estabilidad del
Estado. En el caso de México, si bien es cierto que las medidas de seguridad
han evolucionado a lo largo del tiempo, el contexto actual demanda una
reflexión profunda sobre la eficacia de las políticas implementadas para
garantizar la protección de las altas autoridades.
Durante años, el Estado Mayor Presidencial fue la
institución encargada de la seguridad del presidente de la República y sus
familiares, hasta que, en 2018, el presidente Andrés Manuel López Obrador
decidiera disolverlo como parte de su proyecto de austeridad y para evitar la
concentración de poder en el aparato de seguridad presidencial. Esta decisión
generó un debate sobre cómo garantizar la seguridad del presidente sin caer en
excesos o en la creación de una figura de poder autónoma dentro del gobierno.
En este contexto, el gobierno federal ha optado por reforzar la seguridad de
los funcionarios a través de otras instituciones, como la Secretaría de la
Defensa Nacional (SEDENA) y la Guardia Nacional.
No obstante, la seguridad de la presidenta Sheinbaum no debe
depender únicamente de una cuestión de protocolo institucional. Es
indispensable que las medidas de protección estén alineadas con las nuevas
amenazas a las que los líderes políticos se enfrentan hoy en día, como el acoso
digital y las campañas de desinformación, que pueden ser tan dañinas como las
amenazas físicas. En un mundo hiperconectado, las amenazas a
las figuras políticas pueden venir de fuentes inesperadas y ser difíciles de
controlar.
Las medidas de seguridad no deben ser vistas como un lujo o
una carga para el erario público, sino como una necesidad que asegura el
correcto ejercicio del poder. La tranquilidad y la protección de los líderes
políticos son fundamentales para que puedan ejercer sus funciones con libertad,
sin que el miedo o la constante amenaza interfieran en el ejercicio de sus
atribuciones.
Más allá de las medidas específicas para proteger a las
figuras presidenciales, el caso de Sheinbaum pone de manifiesto la necesidad de
fortalecer la seguridad de las instituciones en su conjunto. Cuando un líder
político es blanco de ataques constantes, especialmente si estos se relacionan
con su género, se corre el riesgo de deslegitimar no solo a la persona, sino a
las instituciones que representa. Esto genera una erosión de la confianza en
las estructuras de poder, lo que puede desencadenar una crisis de legitimidad
institucional.
Es esencial, por tanto, que el Estado garantice medidas de
protección que permitan a los altos funcionarios desempeñar sus funciones sin
ser objeto de acoso o intimidación. La seguridad de las autoridades no solo es
un derecho de las personas que ocupan estos cargos, sino una necesidad para
asegurar el buen funcionamiento del sistema democrático y de la gobernanza en
general.
En este sentido, resulta pertinente abrir un debate más
amplio sobre las políticas de seguridad para los funcionarios públicos, no solo
en términos de protección física, sino también en el plano simbólico y
psicológico. Combatir la violencia simbólica, que se manifiesta en discursos de
odio y campañas de desinformación, debe ser una prioridad para los organismos
encargados de la seguridad y el orden público.
En conclusión, la discusión sobre el acoso a la presidenta
Sheinbaum y las medidas de seguridad para los altos funcionarios no debe
limitarse a un análisis superficial de las amenazas físicas. Es imperativo
abordar esta cuestión desde una perspectiva integral que abarque tanto la
protección física como la preservación del respeto y la dignidad de las figuras
políticas en el ejercicio de sus funciones.
El fortalecimiento de las medidas de seguridad para los
líderes del país es, en última instancia, un ejercicio de fortalecimiento de
las instituciones democráticas. Proteger a quienes ocupan los cargos más altos
del poder no es solo una cuestión de seguridad personal, sino una inversión en
la estabilidad política y la confianza pública. Solo a través del respeto
mutuo, la convivencia democrática y el fortalecimiento de las instituciones
podremos garantizar que el acoso, la violencia simbólica y las amenazas no
debiliten el sistema democrático en su conjunto.
Mentas y mentadas.- una_299@hotmail.com
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