Reparto agrario, la deuda histórica con el campo mexicano.
Con los pelos del
jumento
Por. - César Adrián
Castro Aguilar
Han transcurrido casi nueve décadas desde que Lázaro
Cárdenas impulsó el reparto agrario con la ilusión de transformar rifles en arados
y devolver la tierra a quienes la trabajaban. Aquel gesto histórico dio vida a
los ejidos y comunidades rurales, estructuras que hoy siguen siendo el pilar de
la economía campesina. Sin embargo, la pregunta que se mantiene latente es
incómoda: ¿la vida del campesino cambió realmente después de esa reforma?
La evidencia muestra que no lo suficiente. El reparto de
tierras no erradicó la pobreza ni las desigualdades. Los campesinos, que alguna
vez fueron soldados de una revolución, se convirtieron en guardianes de un
campo que nunca recibió las condiciones necesarias para florecer. La narrativa
oficial, repetida desde los pasillos del poder, suele dibujar un panorama
optimista que choca con la crudeza de la vida rural. El desencanto es
inevitable: cada promesa incumplida amplía la distancia entre el discurso y la
realidad.
El campo sigue siendo sinónimo de carencia y abandono. Falta
infraestructura, acceso a créditos, tecnología y políticas que den certidumbre.
Se espera que los campesinos alimenten al país entero, pero pocas veces se les
brinda justicia social ni condiciones de vida dignas. Es como si la nación
olvidara que la raíz de su propio sustento está en manos de quienes hoy
sobreviven en medio de la precariedad.
El reto, por tanto, no consiste en multiplicar discursos o
repetir promesas, sino en construir un nuevo pacto con los hombres y mujeres
del campo. Ellos deben ser protagonistas en el diseño de las políticas públicas
que les conciernen, porque nadie mejor que ellos conocen la complejidad de su
entorno. El futuro del campo no se resolverá desde arriba, sino desde una
participación comprometida y equitativa que coloque a los campesinos en el
centro de las decisiones.
La deuda con el campo mexicano no puede seguir
posponiéndose. Ignorarla es condenar al país a repetir su historia de
desigualdades. Reconocer nuestras raíces, y honrarlas con acciones concretas,
es el primer paso para un desarrollo equilibrado y justo. No se trata solo de
saldar cuentas con los campesinos: se trata de recuperar el rumbo de una nación
que, al olvidar a quienes la alimentan, se arriesga a perder su propia
identidad.
Mentas y mentadas.- una_299@hotmail.com
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