Reparto agrario, la deuda histórica con el campo mexicano.

Por César Adrián - octubre 04, 2025



Con los pelos del jumento

Por. - César Adrián Castro Aguilar

 

Han transcurrido casi nueve décadas desde que Lázaro Cárdenas impulsó el reparto agrario con la ilusión de transformar rifles en arados y devolver la tierra a quienes la trabajaban. Aquel gesto histórico dio vida a los ejidos y comunidades rurales, estructuras que hoy siguen siendo el pilar de la economía campesina. Sin embargo, la pregunta que se mantiene latente es incómoda: ¿la vida del campesino cambió realmente después de esa reforma?

 

La evidencia muestra que no lo suficiente. El reparto de tierras no erradicó la pobreza ni las desigualdades. Los campesinos, que alguna vez fueron soldados de una revolución, se convirtieron en guardianes de un campo que nunca recibió las condiciones necesarias para florecer. La narrativa oficial, repetida desde los pasillos del poder, suele dibujar un panorama optimista que choca con la crudeza de la vida rural. El desencanto es inevitable: cada promesa incumplida amplía la distancia entre el discurso y la realidad.

 

El campo sigue siendo sinónimo de carencia y abandono. Falta infraestructura, acceso a créditos, tecnología y políticas que den certidumbre. Se espera que los campesinos alimenten al país entero, pero pocas veces se les brinda justicia social ni condiciones de vida dignas. Es como si la nación olvidara que la raíz de su propio sustento está en manos de quienes hoy sobreviven en medio de la precariedad.

 

El reto, por tanto, no consiste en multiplicar discursos o repetir promesas, sino en construir un nuevo pacto con los hombres y mujeres del campo. Ellos deben ser protagonistas en el diseño de las políticas públicas que les conciernen, porque nadie mejor que ellos conocen la complejidad de su entorno. El futuro del campo no se resolverá desde arriba, sino desde una participación comprometida y equitativa que coloque a los campesinos en el centro de las decisiones.

 

La deuda con el campo mexicano no puede seguir posponiéndose. Ignorarla es condenar al país a repetir su historia de desigualdades. Reconocer nuestras raíces, y honrarlas con acciones concretas, es el primer paso para un desarrollo equilibrado y justo. No se trata solo de saldar cuentas con los campesinos: se trata de recuperar el rumbo de una nación que, al olvidar a quienes la alimentan, se arriesga a perder su propia identidad.

Mentas y mentadas.- una_299@hotmail.com

 

 


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